La realidad existe, pero toda representación de ella es un simulacro. Tal simulación es como un sueño, pero cuando —con la pluma o el pincel— a ese sueño le damos sentido — ”El poeta es un pequeño Dios”, afirmaba Huidobro—, le llamamos literatura. La literatura es “un sueño dirigido”, pensaba Borges. En las ficciones fantásticas de Gonzalo Martré (1928) esos sueños derivan en pesadillas atroces o, como en uno de sus relatos, en maravillosas temporadas de viajes con la mujer amada, idílicamente maravillosa. ¿Fantasía? Lo fantástico aparece cuando el simulacro es un espejo no de lo real, sino de sus posibilidades.
Martré se porta antes sus sueños dirigidos como lo haría un científico, con el rigor debido, pero sin ignorar sus posibilidades atroces, no solo las magníficas. Sus personajes son los que nos encontramos a la vuelta de la esquina, en el estanquillo o en el mostrador de un hotel sin estrellas. Aunque puedan aparecer algunos ataviados de hábitos aburguesados o con las apetencias de un vampiro, hastiado (como el personaje de Wilde) de vagar en su eternidad repetitiva. Satíricos, escatológicos, incestuosos, el autor de esta antología no teme a las posibilidades más oscuras de la naturaleza humana.
Un estudio previo acerca de lo fantástico y lo maravilloso en la literatura, y de las ficciones fantásticas de Gonzalo Martré, alimenta las expectativas de este menú, condimentado por la más variada gastronomía literaria surgida del autor hidalguense.
Carlos Gómez Carro